Revueltas árabes: ¿el camino hacia la Democracia?
Las Ciencias Sociales no son exactas. Es más, si nos ponemos delicados podríamos decir lo mismo de las llamadas «Ciencias naturales». La física requiere de un espacio donde se pueda controlar ciertas variables para que los resultados que arrojen sus experimentos puedan tener validez «universal. Esto es así desde que el escepticismo cayó como simiente fértil en el pensamiento humano.
Y es que la duda es la mejor herramienta para no caer en tópicos y prejuicios, no digamos ya en falsas doctrinas e ideologías que no conducen más que a la ceguera irreversible de quien se empeña en defenderlas. Digo esto porque -es mi visión particular- parece que los medios de comunicación dan por supuesto que las revoluciones árabes buscan la Democracia -a la europea, ¡claro!, única forma de gobierno digna de las sociedades avanzadas entiéndase la ironía, por favor!.
No obstante, en este trasfondo hay premisas fundamentales que ya se cogían con pinzas en el siglo XIX: si es que existe, la línea del progreso humano no sería lineal, ni uniforme, ni ascendente. Es decir, no habría un plan trazado que nos condujera hacia una forma de gobierno perfecta -la democracia europea, ¡otra vez!. A pesar de estas advertencias , parece que seguimos siendo cortos de miras, cayendo en el etnocentrismo adoptando un único punto de vista, el nuestro y solo el nuestro.
Si ya resulta complicado de preveer la reacción de una miríada de átomos frente a una reacción externa o interna -no digamos ya una combinación de ambas-, y para poder hacerlo se necesita de un lugar donde controlar cientos de variables… ¿por qué iba a ser más sencillo señalar el resultado final de unos movimientos sociales donde intervienen múltiples factores de toda naturaleza? Al fin y al cabo, tanto Gadafi como Mubarak fueron apoyados en un principio porque defendían unas ideas revolucionarias en contraste con los regímenes políticos que habían sido derrocados. Al final, aquel campo que se prometía de orégano pasó a ser una tierra yerma en poco más de veinte primaveras. Los dictadores ya no eran esos buenos libertarios ¿Quién se atreve a negar que esto pueda volver a suceder?
EDUARPUNSET.ES. «[…] La explicación de los orígenes de las revueltas en los países árabes, de su desenlace y las predicciones sobre lo que viene me recuerdan esa prepotencia del pensamiento imperante; así como su profunda debilidad. La verdad es que los relatos que nos llegan de lo que está ocurriendo en los países árabes me recuerda el nacimiento de la física cuántica a comienzos del siglo XX.
Nuestro mundo solía ser bastante comprensible; la gente se comportaba conforme a lo esperado y nada parecía inexplicable, hasta que llegó la física cuántica, sugiriéndonos que la misma cosa podía estar en dos sitios distintos, que podía desplazarse en dos direcciones opuestas y, sobre todo, que al nivel fundamental de los átomos y las moléculas podían sentirse y afectarse mutuamente, aunque estuvieran distantes una de otra. No es de extrañar que a Einstein le costara aceptar este indeterminismo o versión cuántica de la telepatía; pero el hecho es que desde entonces no podemos estar seguros de la realidad que percibimos.
Retomando lo de los países árabes, en teoría disponemos de información suficiente para hacernos nuestra propia idea de la realidad. Lo lógico es que el primer flujo de información que nos llega determine la percepción que tenemos de lo que allí ocurre. De ser eso cierto, no es fácil predecir lo que va a ocurrir, en contra de lo que piensa o dice un gran número de observadores; en realidad, es imposible predecir el desenlace de ese tipo de tormentas sociales. A pesar de la plétora digital, de la atención dedicada a lo que allí estaba ocurriendo, de la trascendencia para el resto del mundo –incluso para la primera potencia mundial– de la salida de la crisis, es sorprendente el desconocimiento de lo que sucederá al final.
No está claro por qué la rebelión se produjo ahora y no antes o más tarde. Se ha hablado de la subida del precio de los alimentos básicos; de reacciones liberadoras de las masas a favor de la libertad negada; de resistencias islamistas a que sus fieles sean contenidos, cuando no arrasados, por gobiernos amigos de Estados Unidos; del impacto del flujo de información procedente del mundo occidental en favor de la democracia; de la imposibilidad de aislarse y protegerse como antaño de la cultura del mundo globalizado. Pero nadie parece tener las ideas claras sobre los hilos conductores, si los hay, de la revuelta.
Una sorpresa: en Egipto ha podido contemplarse la contundencia de la reacción de los amigos del antiguo régimen, que sembraron el terror durante dos días y, curiosamente, desaparecieron luego casi con el mismo sigilo con que habían hecho acto de presencia. Otra sorpresa: se creía que los grupos islamistas estaban prácticamente desaparecidos después de años de persecuciones por parte del régimen, amigo de los principales países occidentales. La sospecha más extendida ahora es que unos y otros están más organizados y conectados de lo que se creía.
La verdad es que se sabe muy poco del origen y proceso de estos fenómenos sociales. Y no parece que la clave de lo ocurrido esté en los mensajes cifrados de los representantes extranjeros. A lo mejor la explicación la tenían Niels Bohr y Werner Heisenberg, fundadores de la física cuántica a comienzos de siglo pasado.»
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Permitame que sea suspicaz con las llamadas Revueltas Democráticas. Son revueltas, ya veremos sin son democráticas o no. Y dejemos de pensar que lo que tenemos en Europa es lo mejor, a lo mejor el mejor camino es que estas revueltas lleven a una revolución social y un sistema mucho mejor. De todas formas, los intereses transacionales y las armas siguen en estos países. De todas formas tengamos esperanza en que resulte algo de estos países y no cosas aún peores, como dictaduras militares o un resurgimiento del islamismo más radical. Omán parece que también se suma a la lista…
SAMI NÄIR. ELPAÍS. 10-03-2010. Sami Naïr es profesor invitado de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Traducción de M. Sampons.
Si Egipto se convierte en una democracia -y nada está decidido de momento-, su ejemplo se propagará como un reguero de pólvora por el mundo árabe. Aunque la situación no cambie inmediatamente en estos países, el modelo egipcio tendrá el efecto de una pesadilla sobre los dirigentes de los Estados feudales, monárquicos y dictatoriales. Los intelectuales, los responsables políticos y los actores de la sociedad civil son conscientes de esta nueva situación. Hoy, todos los observadores relevantes en El Cairo aseguran, gracias a la libertad de expresión y al debate de ideas, que una nueva etapa histórica ha nacido en la región, y que el papel de Egipto será determinante. Fue la pequeña e inesperada Túnez la que despertó a Egipto, pero es Egipto quien ha pasado el testigo tunecino a los libios. La carrera no se detendrá aquí.
Las élites egipcias son plenamente conscientes del debilitamiento que se produjo en el mundo árabe después de la marginación de su país, ocurrida por la ruptura de la unidad del frente árabe tras la paz separada con Israel en los años setenta. Egipto fue excluido de la Liga Árabe por haber roto este frente, pero Sadat trató de disimular esta marginación recurriendo a un nacionalismo egipcio lleno de resentimiento hacia el mundo árabe.
Mubarak acentuó aún más ese resentimiento, e hizo del islamismo el principal peligro interno, justificando así el estado de excepción e instaurando una dictadura policial ciegamente sostenida por Occidente. La actitud de Egipto durante los últimos 20 años, tanto en relación con la cuestión palestino-israelí como en relación con las dos guerras americanas contra Irak, acabó de reducir a cero la influencia egipcia en la región. El país, sometido por EE UU, reducido por los israelíes al papel de cartero en las relaciones con sus vecinos, reforzado por los europeos a la condición de auxiliar de su incapacidad política en Oriente Próximo, tocó el fondo de la impotencia y de la mendicidad financiera en los años noventa y 2000. En el resto del mundo árabe afloraba con frecuencia una suerte de menosprecio hacia Egipto. ¿No veíamos a los egipcios canjear descaradamente su «apoyo» a las potencias occidentales y a Arabia Saudí, a cambio de dinero contante y sonante? ¿No escondía una traición terrible el hecho de que el ejército egipcio recibiera, para pagar sus salarios y su tren de vida, más de 1,3 mil millones de dólares al año de EE UU, sabiendo que no podía obtenerse ningún puesto de alto mando de este Ejército si se manifestaba alguna veleidad de independencia respecto a EE UU?
Esta situación dramática favorecía principalmente al clan mafioso de los Mubarak y sus clientes dentro del país. Las élites políticas democráticas, como por otra parte las religiosase incluso las militares, se sentían profundamente humilladas. En realidad, la separación del resto del mundo árabe nunca fue digerida. Egipto no podía contar de verdad a no ser que fuera la voz de los árabes.
Todo esto vuelve hoy en los debates; el balance de este periodo siniestro se hace día tras día porque el retorno de Egipto al corazón del mundo árabe es inevitable, tanto más necesario cuanto que se produce en el curso de una extraordinaria revolución democrática. Los debates en curso en la sociedad civil egipcia ponen así de manifiesto varias lecciones.
Existe, en primer lugar, la convicción de que los pretextos utilizados por los dirigentes para mantenerse en el poder -el miedo al integrismo islámico y accesoriamente el conflicto con Israel- y los utilizados por sus aliados occidentales para apoyarles y seguir vendiéndoles armas, no han servido más que para reforzar esas dictaduras y aumentar la miseria y las desigualdades en el país. En ese despertar nacional, la cuestión interior condiciona la exterior. La mejor arma contra la inseguridad es la democracia, no la dictadura. Y Egipto solo volverá a convertirse en una potencia de peso si es capaz de servir de ejemplo democrático al resto del mundo árabe.
Luego está el hecho de que la revolución egipcia no es el resultado de una mera movilización política, sino la expresión de una reacción telúrica de la conciencia, esta vez árabe, ante el acontecimiento simbólico provocado por el joven tunecino Mohamed Buazzizi, que ha hecho vibrar a las masas egipcias más que la opresión impuesta a los iraquíes o a los palestinos. ¿No prefirió inmolarse antes que seguir sufriendo la humillación que todos los ciudadanos árabes sufren bajo la dictadura de dirigentes árabes? Esto es lo que inflamó la calle egipcia y eso significa, antes que nada, que hay todavía un sentimiento de solidaridad panárabe que ni el nacionalismo mezquino de los dirigentes ni el islamismo obtuso y totalitario de los integristas han logrado sofocar esos últimos 30 años. Pero a pesar de que en ciertas manifestaciones se vieran retratos de Nasser, ese espíritu no implica un retorno al viejo nacionalismo árabe, porque lo que emergió con la revolución de la plaza Tahrir es una nueva generación de egipcios más decidida, menos ideologizada y más realista que las del pasado. Una generación más concernida por la extensión universal de las libertades democráticas que por la exportación de un modelo revolucionario.
El mundo árabe debe recomponerse a través de este sistema de valores. Y no es casualidad que en todas partes -en Túnez, en Yemen, en Argelia, en Marruecos, en Jordania, en Palestina, en la península Arábiga- sea la misma generación la que ha cogido por sorpresa a las viejas oposiciones, notablemente debilitadas por los regímenes dictatoriales. Esta revolución árabe que muchos egipcios desean ansiosamente debe surgir de las profundidades de las mismas sociedades afectadas, y no ser exportada, como en los años cincuenta del siglo pasado, en la época del nasserismo.
Si estos últimos 30 años han sido testigo de la conversión de Egipto en una sucursal de la estrategia elaborada por Washington, Riad y Tel Aviv, hemos visto al contrario a Irán erigirse en ejemplo regional y, más recientemente, a Turquía, especialmente sobre el conflicto israelo-palestino. Otra prueba de que cuando Egipto está ausente, ninguna otra nación es capaz de darle al mundo árabe una voz significativa. Pero lo que aquí también llama la atención es el realismo con que se percibe esta cuestión en los debates: la dictadura, de Sadat a Mubarak, tuvo al menos el mérito de situar el conflicto israelo-palestino en el terreno de la paz y no de la guerra. Ninguna voz importante se alza hoy para cuestionar esta paz con el Estado hebreo. Es un logro. En cambio, lo novedoso es la idea de que Egipto debe reencontrar sus márgenes de maniobra diplomáticos y mostrarse más firme en la resolución pacífica de este conflicto. Y, en este punto, la actitud de Israel será decisiva. Si prevalece el realismo en Tel Aviv, la paz tendrá posibilidades, si no, muchos temen no poder controlar la reacción de la opinión pública egipcia.
Por último, se planteará también la cuestión de un eje de las democracias árabes. Egipto volverá a encontrarse, bajo unas nuevas condiciones, con el viejo conflicto por el liderazgo que, en la época de Nasser, le opuso a su principal competidor en la escena árabe: Arabia Saudí. Y esta es la gran incógnita. La respuesta dependerá de la evolución interna de las relaciones de fuerza entre el Ejército y los partidos políticos que están naciendo y que van a dirigir el país. Pero, pase lo que pase, nada más será como antes, cuando Egipto vegetaba a la sombra de una dictadura corrompida.
Si desconfiamos de que las revueltas en Túnez, Egipto, Yemen, Libia, Siria… son democráticas, lo que no cabe dudar es que los regímenes que han sido derrocados o pendientes de serlo no lo son. Quienes luchan contra dictaduras suelen hacerlo para establecer un régimen que no se le parezca, aunque podamos encontrar excepciones. Por ahora todo indica que los que luchan por su libertad son sinceros… luego vendrán las contradicciones que todo régimen tiene, y toda persona.