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Rincón del relato: cenizas de papel.


Como cada sábado os ofrecemos una muestra de nuestras creaciones literarias:

El vetusto reloj daba las 7 de la tarde, no era de noche pero tampoco de día, porque aún entraba algo de luz por las desgastadas cortinas verdes del cuarto, en aquel friolero día de invierno. Todo en aquel edificio desprendía un ambiente de decadencia de tiempos mejores que ya pasaron: la sensación de cerrado, una ligera capa de polvo cubría toda superficie y las numerosas estanterías de aquella sala parecían haber sido desvencijadas hace poco; tan solo quedaba un desafinado tocadiscos asfixiando una de las piezas finales de Schubert. Encima del vado de la austera chimenea había un retrato familiar de un joven apuesto, con una mujer risueña y 3 niños pequeños. Silencioso, un anciano con gafas los observaba con ojos vacíos, parecía la sombra de aquella imagen, transmitía una sensación de apagamiento. Pausó su inactividad para servirse un vaso de Whisky, el pulso le temblaba. Tras abrir una cajita que llevaba en el bolsillo y llevarse algo a la boca, bebió un largo trago de aquel amargo alcohol, saboreándolo muy lentamente hasta el final.

Levantó su cansado y decrépito cuerpo y se dirigió a la salida, antes de abrir la puerta de entrada cogió una vela encendida. Al salir, una atmósfera fría y seca azotó su afilado rostro, provocándole un escalofrío a toda su abatida figura. El jardín no era menos acogedor: las hojas mustias del otoño no habían sido recogidas, las malas hierbas habían crecido por doquier y permanecían menguadas en su seco esqueleto vegetal, las enredaderas crecían asalvajadas por el alto muro, algunas macetas estaban rotas y varios utensilios de jardinería se oxidaban esparcidos en la tierra húmeda. Sin embargo, no eran todas esas evidencias las que más llamaban la atención de ese funesto lugar, flotaba en el aire un fuerte olor a combustible, y en medio de aquel patio había una enorme pila de libros formando un pequeño túmulo.

No sin bastante dificultad, el antiguo hombre consiguió llegar a medio camino de la parte más alta. Con la vela entre las manos se quedó sedente, como pensando o esperando a que algo ocurriera, parecía como si los ojos se le cerrasen, una lágrima se deslizó en su arrugada mejilla. Pasó solo un minuto hasta que cayera recostado sin sentido, la vela se desprendió de sus manos prendiendo la pira de libros y a su inconsciente propietario con ella. Las grandes llamas hicieron una columna de humo inmensa, el incendio se pasó al caserón iniciando el fin de su desatendido estado. Los vecinos salieron alarmados a la calle, mientras las sirenas de los bomberos resonaban a lo lejos…

Jonatan Sánchez Martín

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  1. blademanu
    marzo 6, 2010 a las 11:57 am

    Este relato ha sido un pequeño «Deja vu», y no porque yo hable desde las cenizas del más allá, no, sino porque es una especie de escena y escenario que rezuma en el sentimiento de todo individuo avido de experiencias bohemias… y tú dices serlo mucho. Hablando de mundos decadentes, échale un ojo al «Esplín de París», de Baudelaire, y a las dos obras de Sam Savage:

    -Firmin (elogio de la lectura): https://historiadoreshistericos.wordpress.com/2009/07/24/firmin-la-novela-de-sam-savage/

    -El lamento del perezoso (elogio de la escritura): http://www.seix-barral.es/fichalibro.asp?libro=1130

    Abrazos histéricos, Jon!

  2. historiadorhistrionico
    marzo 6, 2010 a las 12:09 pm

    Buena evocación para un sábado más nublado que soleado.

  3. Memorant
    marzo 6, 2010 a las 7:11 pm

    Muchas gracias por los comentarios y recomendaciones. No conocía el segundo de Sam Savage, definitivamente Manu, tendré que poner remedio a eso este verano jeje. A Baudalaire también le tengo ganas, ya me he leído un par de relatos de «Esplín de París», la verdad es que recogen bastante su esencia lírica, me gusta, me gusta.

    Abrazos lluviosos!

    PD: por si a alguien más le interesa también Poe, lord Biron, Wilde y la generación de poetas malditos en general, recogen bien esa literatura bohemia decadente y la vez tan atractiva.

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